El Cenotafio de San Vicente de la basílica de los Santos Mártires, Vicente, Sabina y Cristeta de Ávila, una de las obras maestras de la estatuaria románica peninsular, tiene una enorme importancia por la historiografía del arte medieval hispano. Su origen, como el del templo que lo cobija, hay que buscar en la tradicional devoción abulense hacia éstos mártires que habrían allá por el siglo IV. Ya en época hispano visigoda debió de erigirse aquí una basílica martirial sobre los restos de una antigua necrópolis paleo cristiana cuyos ecos se advierten en la cripta del templo actual. En este momento cabe situar el origen de la leyenda popular del judío fisgón “Cuenta la tradición, que una serpiente vigilaba los cuerpos e impedía que fueran profanados; y como un judío se atreviese a merodear por el lugar, tal vez para sorprender a algún cristiano que intentase enterrar los cadáveres, el reptil se le enroscó con tanta fuerza, que estuvo a punto de ahogar su respiración. En ese momento el judío invocó al Dios de los cristianos, prometiendo dar sepultura a los cuerpos, si salvaba la vida. La serpiente le abandonó en ese momento y el judío se dispuso a cumplir su promesa” relatada en el programa iconográfico del cenotafio, QUE NO SEPULCRO, pues jamás contuvo restos de algunos de los mártires cuyas reliquias se dispersarón a partir del año 1062 cuando comienzan un extraño periplo con su traslado al cenobio benedictino de San Pedro de Arlanza.
La ausencia de los huesos no fue óbice para que los abulenses, una vez repoblada la villa, reivindicaran su titularidad y valor taumatúrgico construyendo en el siglo XII la imponente basílica románica y el cenotafio de su interior (al que en el siglo XV se le incorporaría el característico baldaquino que lo cubre). El cenotafio se concibe como un pequeño edificio de planta basilical, con tres naves, la central mas alta, cubiertas con escamas en los ángulos y otras pareadas en los lados mayores presentando fustes lisos, estriados, sogueados y perlados, recibiendo sus capiteles el esfuerzo de los arcos polilobulados que definen todo el perímetro del primer cuerpo. El programa iconográfico, basado en la decoración escultórica, incluye la representación de los apóstoles.
El aspecto del cenotafio fue profundamente transformado cuando hacia 1468 o 1469 se construyó el baldaquino de remate apuntado que lo cubre.
El origen de esta osada intervención se justifica por un curioso suceso. El obispo Vil ches, para comprobar la presencia de las reliquias, introdujo la mano en el sepulcro sacándola de inmediato empapada en sangre fresca. Conmemorando este prodigio, Vil ches encarga la ejecución de esta suerte de pabellón abierto, así como la reja policroma que se conserva en el interior y que completa el conjunto que ha llegado hasta nuestros días.
Durante este tiempo, sufrió algunas reformas que ocultaron su estado anterior y ha sido necesario su restauración durante un año, que ha devuelto al cenotafio una imagen espectacular que hasta ahora no podía contemplarse, al recuperar los intensos colores de la policromía original.
La ausencia de los huesos no fue óbice para que los abulenses, una vez repoblada la villa, reivindicaran su titularidad y valor taumatúrgico construyendo en el siglo XII la imponente basílica románica y el cenotafio de su interior (al que en el siglo XV se le incorporaría el característico baldaquino que lo cubre). El cenotafio se concibe como un pequeño edificio de planta basilical, con tres naves, la central mas alta, cubiertas con escamas en los ángulos y otras pareadas en los lados mayores presentando fustes lisos, estriados, sogueados y perlados, recibiendo sus capiteles el esfuerzo de los arcos polilobulados que definen todo el perímetro del primer cuerpo. El programa iconográfico, basado en la decoración escultórica, incluye la representación de los apóstoles.
El aspecto del cenotafio fue profundamente transformado cuando hacia 1468 o 1469 se construyó el baldaquino de remate apuntado que lo cubre.
El origen de esta osada intervención se justifica por un curioso suceso. El obispo Vil ches, para comprobar la presencia de las reliquias, introdujo la mano en el sepulcro sacándola de inmediato empapada en sangre fresca. Conmemorando este prodigio, Vil ches encarga la ejecución de esta suerte de pabellón abierto, así como la reja policroma que se conserva en el interior y que completa el conjunto que ha llegado hasta nuestros días.
Durante este tiempo, sufrió algunas reformas que ocultaron su estado anterior y ha sido necesario su restauración durante un año, que ha devuelto al cenotafio una imagen espectacular que hasta ahora no podía contemplarse, al recuperar los intensos colores de la policromía original.
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